EL
MESTIZO Y LA MUSA.
En
el corazón de la provincia de Los Santos se encuentra el Cerro Canajagua,
imponente y altivo como Faraón Cuidando su reino.
En
su cima se puede oler el jugoso café en los cafetales y ver el colorido tucán
en los naranjales que están entrelazados
con los grandes y frondosos pinos.
En el más alto de estos pinos, vive un mestizo
que cada amanecer, al salir el sol, mira hacia el Oeste y pasa horas y horas
contemplando el bello paisaje, de grandes montañas cubiertas de neblina, como
señoras con sus paños de cabeza al salir de misa.
Sus
grandes y saltones ojos jamás se cansan de admirar tanta belleza en esas
tierras altas, en especial un volcancito que de cuando en vez destellaba un
rayito de luz en su cima.
Cierto
día el mestizo decidió recorrer el mundo, pues había pasado tanto tiempo en ese
viejo árbol que sus delicadas patitas nunca habían pisado tierra firme.
Al
llegar al tronco cascareado del viejo pino, sintió mucho miedo; pues nunca había bajado tanto;
que ya casi tocaba el suelo húmedo y hojarasquero, pero la curiosidad y el
deseo de conocer el mundo; y sobre todo llegar hasta el volcancito y poder
mirarlo de cerca; es más fuerte.
Emprendió
su gran aventura hacia el Oeste, cruzando grandes y friolentas montañas y atravesando largos y profundos
ríos y quebradas.
Encontró
toda clase de adversidades con feroces fieras, gigantescas serpientes y grandes
y voraces aves.
Jamás pensó vivir tanta agonía, tanto miedo y
tanto cansancio, pero en la mente de este mestizo aventurero solo existía un
pensamiento, que le llenaba de fuerzas y ánimos para continuar; ver de cerca el
volcancito y su destello de luz.
¡De
pronto sus miedos desaparecen!, ya puede
ver el volcancito, ya está muy cerca.
Después de tanto caminar sintió sed y decidió
buscar donde refrescar; sus resecos labios y su resquebrajada piel.
¡De
pronto! Divisó un ojito de agua, transparente y clara como el aire, tan fresca
y dulce como el néctar de las flores. Se inclinó a su lado y agachando su
cabecita, toma los primeros sorbos de tan encantadora agua.
Al cabo de un rato; ya no sintió sed, pero su
cuerpecito comenzó a burbujear y su estomago a sentir mariposas. ¡De pronto! su
cuerpo comienza a tornarse de todos los colores y de su garganta comienzan a
salir las más hermosas melodías y cantos.
¡Estoy envenenado ¡ exclamó muy asustado el
pobre mestizo.
Luego;
escucha una melodiosa voz que le dice,
¡No estás envenenado; estas encantado! pues
has tomado de mis aguas y aquel que tome de mis aguas quedará encantado de por
vida. Es por esa razón que tu cuerpo se ha tornado de colores, y tu garganta
cantará siempre; en mi honor.
¿Por
qué no puedo verte? ¡Exclama nuevamente el asustado mestizo!
¡Porque
aún no has mirado el fondo del ojito de agua! Le contesta nuevamente la
misteriosa voz.
¡Si
lo haces, olvidaras el propósito de tu viaje y solo perdurará en tu mente mi
rostro!
Después
de un largo rato de silencio y meditación; el mestizo exclamó;
¡Quiero
verte!
Acercándose sigilosamente al ojito de agua, mira
hacia el fondo y ve el rostro de la mujer más tierna y hermosa; que se haya visto jamás.
Aquel
embelesado mestizo; se quedó mudo frente a tanta belleza, que solo decidió
robarle un beso a tan encantadora imagen reflejada en el agua. Es indiscutible que en aquel momento había conocido el amor.
Desde
aquel día; en que regresó a su viejo árbol de pino, solo ha podido recordar ese
hermoso rostro; tal y como se lo dijo aquella encantadora voz.
Ya
han pasado muchos años y aun se ve y se escucha el canto del mestizo en las
cimas del Canajagua.
Autor: LISANDRO MENCOMO RELUZ.
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